miércoles, 13 de febrero de 2013

Entrevista al COA RECS, Tito Narosky y socios en Página12


› LOS QUE SE DEDICAN A OBSERVAR AVES EN LA CIUDAD

Pajaritos en la cabeza

Se van temprano, por lo general a la Reserva Ecológica. Llevan anotador, binoculares y cámara de fotos. Y pasan horas buscando un pájaro para mirar, para ver qué especie es, para debatir sobre lo visto. Son los observadores de aves, un grupo que crece en la ciudad.

 Por Soledad Vallejos
¿Vos conociste a Hermenegildo?
–¿El estornino blanco? No, no llegué a verlo.
–Vivía por acá.
“Por acá” es un árbol de los que bordea el Camino de los Plumerillos, cerca de la entrada de la Reserva Ecológica Costanera Sur. Es sábado, pega el sol del mediodía, y las anécdotas siembran el regreso al cemento de Puerto Madero y, un poco más allá, al smog y la rutina de la ciudad. Todo está a unos metros, pero parece a años luz del elenco de Club de Observadores de Aves del lugar. Son unos veinte, cargan cámaras de fotos con teleobjetivos a prueba de distancias, binoculares, anotadores, agua, gorritos, mochilas. Están dando vueltas por aquí desde las 9 de la mañana, pero siguen frescos como si recién empezaran. Les gusta llamarse a sí mismos “naturalistas”, tal vez porque en cierto sentido todavía son viajeros que llegan a un lugar para desbrozar y registrar lo que el ojo apurado nunca ve: las especies que no estaban y aparecen, las que parece que se fueron, las que nunca nadie antes había visto.
Dicen también que observan aves, pero en realidad nada de la naturaleza les es ajeno. Tanto pueden interrumpir una conversación por notar el vuelo de una gallineta como por seguir a una mariposa con dibujos raros, comentar qué crecida está alguna planta o extrañarse porque en la recorrida no asomaron lagartos overos.
No son pocos. En Aves Argentinas (avesargentinas.org.ar), la asociación que lleva 97 años a fuerza de desvelos naturalistas varios, registran actualmente 2100 socios activos en todo el país, de todas las edades, pero eso sí: más varones que mujeres. Los guías profesionales, que acompañan a viajeros con ganas de conocer paisajes y especies binoculares al cuello, cifran en 30 mil a los naturalistas autóctonos. De acuerdo con estadísticas oficiales, unos 40 mil extranjeros aprovechan su paso por Argentina para lo mismo. A veces, hasta se sirven de la web para generar redes sociales propias y viajar observando, como birdingpal.org.
Es cuestión de mirar.

Los testigos

Las lagunas de la Reserva están secas hace tiempo, pero en reemplazo del agua crecieron nuevas plantas. Un poco más allá están los arbustos de siempre, quizá un poco más cocoritos por el sol y el calor de enero. Hay también una pequeña multitud de birders al costado del camino. Primero se detuvo uno, luego otro, y otro más; ahora suman diez y miran. ¿Qué miran?
–Hay una mosqueta estriada en su nidito. Aparece en septiembre, es de verano –explica Ignacio, treinta largos, gorrito con visera y cámara de fotos profesional cuyo objetivo hace las veces de binocular.
–Tenés bichos que están todo el año y otros que no. Ahora se viene la renovación de fines de verano –anuncia Francisco, que con treinta justitos lleva dos tercios de su vida husmeando en la naturaleza.
Dentro de un rato, alguien hará sonar el mp3 de un canto en el teléfono celular para chequear si el pájaro que vieron a unos metros es la hembra de la especie que sospechan.
Salir a observar es todo menos improvisación. No se trata tanto de invertir en tecnologías y objetos como de dedicación. Apreciar la diferencia de unas pintitas en el plumaje puede llevar años; desarrollar la sensibilidad para descubrir un nido en el follaje, horas y horas de lecturas y conversación con afines; reconocer un canto, en fin, otro tanto. Quienes ahora deambulan con los ojos grandes por la Reserva tienen un entrenamiento especial. Zully, la obstetra de 70 años, capelina, guantes y binoculares, dice que en más de 20 años de observadora aprendió tanto de la naturaleza que el paraíso le parece claro: es “poner la carpa en medio del campo, levantar el cierre a la mañana y ver cómo está el día”. Claro que recorrió lugares, como Malvinas, donde debió prescindir de ese techo personal.
Aunque no todos los integrantes de un Club de Observación de Aves (hay seis en Buenos Aires, 66 en todo el país) son socios de Aves Argentinas (AA), todos los socios de la ONG fundada en 1916 por señores como Angel Gallardo y Eduardo L. Holmberg (entre otros) son birders. Y llegar a esa categoría implica muchas cosas. Por ejemplo: saber que al campo se sale con guía de observación, implementos y anotador; que las dudas se pueden resolver con bibliografía o charlando con otros birders. Que cada miércoles a la tardecita una sala de la AA cobija observadores en torno de un proyector para ver las fotos que alguien ha sacado en algún viaje. Son “fotos de pájaros que uno no ve de lugares a los que no va. Se aprende mucho”, explica Francisco. Por algo, también, se mantiene vivita y enseñando la Escuela Argentina de Naturalistas, el espacio de la AA donde muchos birders se forman y formaron como “intérprete naturalista” (el título final) o “naturalista de campo” (un título intermedio).
–Escuchá: la Siete vestidos. ¿Escuchás que canta “please to meet you”? Bueno, o “nice to meet you”. Pero por ahí –interrumpe Victoria.
Vibran las chicharras al rayo del sol. Algún runner esquiva a algún birder que, de buenas a primeras, quedó duro como estaca en medio del camino: cree que allá, a unos metros, acaba de notar algo.
En la Reserva suenan muchas cosas pero ninguna se parece a esa frase tan cortés. Todos los observadores callan. Victoria insiste:
–¿Escuchás el “nice to meet you”?
Y entonces la magia: la Siete vestidos canta en inglés.

Madrugar para espiar

El domingo pasado, en la Reserva de Costanera Sur fue un día especial. A las 8 de la mañana empezó el “segundo relevamiento simultáneo de las aves que se pueden observar y detectar en la Reserva, en todos sus senderos” (ver aparte).
“Muchas veces los datos de los Clubes de Observación sirven para fines científicos”, explica Cecilia. Tan fuerte es el vínculo entre los amantes de salir a ver y anotar que uno de los grandes descubrimientos de especies en Argentina sucedió gracias a una de esas rutinas. En 1974, Eduardo Shaw, por entonces birder algo novato, atormentaba a su maestro Mauricio Rumboll para que le enseñara a preparar “pieles de estudio”, como se denomina a la piel con todas las plumas. Como ni en la playa ni en la ruta daban con animales muertos, Rumboll mandó al discípulo a que cazara alguno. Shaw volvió con un ejemplar nunca descrito. Acababan de descubrir al macá tobiano.
La historia es tan cierta como legendaria. Como un amuleto, una meca, un norte posible: así la refieren los observadores. Pero si el hallazgo no sucede nadie se desanima. Lo que importa es caminar, recorrer, salir del mundo exclusivamente de seres humanos y observar. Pablo, que trabaja en sistemas de un banco, dice que sólo así él y su esposa –que vive de lo mismo– pudieron sobrevivir al stress desde diciembre de 2001: los pájaros los salvaron de la presión de entrar y salir de los bancos bajo los gritos de protesta de los ahorristas, las manifestaciones, los objetos que volaban por el aire. Cuando descubrieron la observación, no pararon; conocen casi todos los parques nacionales y provinciales de la Argentina; él enumera especies como quien habla de sus parientes. Le divierte que sus amigos, de buenas a primeras, lo llamen para decirle “vi un pajarito amarillo el otro día así...” y le exijan la identificación.
José Luis, vestido para trepar montañas, mira esta mañana de sábado por el teleobjetivo de una cámara de fotos profesional. Le gusta observar, pero más el desafío de retratar a un animal en su entorno: porque se mueve, vuela, se esconde entre el follaje, tiene timidez, no es fácil. “Concentrarme en hacer esas fotografías es lo único que me desconecta de todo”, explica. También reconoce que no puede evitar la rabia cuando, en las tertulias de los miércoles, alguien muestra fotos fuera de foco o, por ejemplo, de un pajarito muerto: “¡sacar eso es fácil!”.
–En todos lados hay pájaros. Es una afición accesible. Por ejemplo, en Plaza San Martín hay pájaros carpinteros –dice Cecilia.
–¿Ahí en Retiro?
–¡Ajá! ¿Viste? Es un camino de ida –dice Pablo.










“Un tesoro que pocos conocen”

Tiene 80 años y una vida dedicada al naturalismo. Es autor de la primera guía local sobre aves. Aquí explica cómo nació su pasión y de qué manera le dio cauce. El antes y el ahora.

 Por Soledad Vallejos
“Lo mío era más casero. Hacíamos ciencia igual, pero como improvisando, inventando aparatos de observación, porque era divertido. Nunca fui en busca de otra cosa. Ni gloria ni dinero, ni ciencia ni saber: quería pasarla bien. Y en el naturalismo encontré, no sé, la fuente de Juvencia. Parece que algo encontré que me sirvió para estar 30, 40 años detrás de pajaritos y huevitos.” Con 80 años, Samuel “Tito” Narosky todavía tiene frescas las palabras de ese tío que cuando veía su pasión por el naturalismo sólo atinaba a exclamar: “Siempre con pajaritos y huevitos”. Es presidente honorario de la ONG de observadores Aves Argentinas; autor de quince libros de, sobre y para naturalistas; pionero: suya y de Darío Yzurieta, otro observador apasionado que fue su socio en el terreno, fue la primera Guía para la identificación de aves de Argentina y Uruguay escrita por argentinos. También incorporó especies de aves a la lista de las que pueden encontrarse en Argentina; una de ellas, el capuchino de collar, fue reconocida como novedosa por la ciencia.
Es una tarde cualquiera y en su oficina, mientras gestiona los destinos de un empresa dedicada al aluminio, Tito también admite que la observación de la naturaleza pudo haber cambiado en las últimas cuatro o cinco décadas, y que quizá, al menos en esta parte del mundo, alguna injerencia él puede haber tenido.
–La naturaleza me gustaba desde siempre, de nacimiento, pero vivía en una ciudad, en Bahía Blanca primero y después en los alrededores de Buenos Aires. Sólo cuando tenía 10 años tuve contacto con la naturaleza, porque me invitó una tía a hacer un paseo por un pueblito de campo. Se ve que lo tenía muy adentro, porque estar ahí fue un deslumbre: me sentía como Alicia en el país de las maravillas. Ahora, si la pregunta es cuándo empecé a observar, la respuesta es “mucho después”.
Era 1966, Tito andaba por los treinta y pocos. Hasta entonces no sabe cómo, pero se había contenido. Entonces no lo hizo más. “Tenía otro ímpetu, fue como un despertar de esas emociones infantiles. Y desde ahí no paré”. Diez años después publicó su primer libro, Entre hombres y pájaros. Andanzas de un naturalista. Y ya no paró. “Recorrí sin motivo la naturaleza. Bah, con un motivo fuerte interno, ninguno externo, digamos.”

–Porque sí.
–Claro. Y al mismo tiempo fui creando condiciones en derredor, encontrando amigos, procurándolos. Cuando empecé, en el país se podían contar con los dedos de una mano a los naturalistas que soñaban con mirar pájaros o encontrar rarezas. Y justo encontré por entonces a un compañero ideal para eso, Darío Yzurieta, que fue el dibujante de la guía. El tampoco tenía ningún objetivo más que salir. Era pintor de obra mi amigo Yzurieta, y tenía una condición natural fantástica para el dibujo. Pero era un aficionado mínimo, como yo. Yo no tenía nada que ver con eso tampoco. Pero salíamos y pasábamos horas de gloria. Siempre digo que el comienzo fue como una luna de miel con la ornitología.
Yzurieta fue el señor que dibujó a cada una de las cientos de especies de esa guía que hoy trae fotos, checklist, cd con cantos de aves en mp3. Fines de los ’60, principios de los ’70: Narosky y él salían a observar todas las semanas al principio; con los años, cuando los trabajos y las mudanzas se imponían, espaciaban quizá hasta dejar pasar un mes entre salida y salida, pero también se desquitaban con “aventuras” –así dice Tito– de larga duración. Observaron “el país de punta a punta”, y lo atestiguan las anotaciones de Malvinas, Formosa, Chaco, Jujuy. Tito dice que todo fue “siempre en busca del elusivo pájaro azul de la felicidad”.
A mediados de este año Tito cumple los 81. De tanto en tanto sigue observando, aunque con menos asiduidad. En parte porque sale menos, pero también porque “ya no tengo el impulso, la energía, ya no tengo el deseo de ser puntero, que eso me movió mucho”. La naturaleza sigue ahí, pero la magia es otra. Es como si antes algo hubiera estado esperándolo, como si una intuición lo empujara, como si todo le dijera que había algo por descubrir. “Pero ahora sería volver. Y seguir por la misma senda para ver si aparece algo nuevo es cansador. Ya está cumplido el desafío. Podés empezar de otra manera, con otros parámetros, pero no tengo ganas.”
–La comparación con Cristóbal Colón es exagerada... pero ponele: cuando Colón llegó acá todo era nuevo, distinto, fácil. Me pasó lo mismo. Busqué eso. Y habiendo encontrado la felicidad en el encuentro con la naturaleza busqué transmitirla en charlas, mesas redondas, conferencias, libros y haciendo periodismo. Sé que encontré un tesoro en la naturaleza que muy pocos conocen. Sería muy egoísta de mi parte no contar que lo encontré y me lo llevé para mí, para mi casa. La intención no es convencerlo al otro, sino, si tiene ganas, mostrarle un camino.

–¿Todavía hay terreno para la observación?
–Un terreno infinito. Van cambiando los modelos de observación, se profundiza el conocimiento, cada vez se sabe más, y eso permite que uno dé una vuelta de tuerca y analice otro aspecto. Yo no estoy en lo más moderno, y tampoco quiero estar, porque para mí fue divertimento. Y tampoco quiero competir con quienes fueron mis discípulos, o con los discípulos de mis discípulos. Igual se profundiza el conocimiento: ¿yo qué sé de las neuronas de un chingolo? Nada. Pero alguien estudió eso, y de eso se dedujo que las neuronas, por lo menos en las aves, se reemplazan cuando mueren. Nosotros creíamos que no y resulta que sí. Es sólo un ejemplo de que puede ser infinito todavía el terreno para esto.
Hermano del conservacionista Adelino –fallecido en 2010– y del escribano y escritor José, Tito dice que ya no tiene dudas: el naturalismo dio sentido a su vida. Que no cree que el ser humano tenga más destino que “reproducirse, seguir la especie, como los animales”, pero que “el sentido de uno, la pasión absorbente” es lo que cambia. “Cada uno encuentra un sentido en su vida.”

–El suyo era éste.
–Para mí está claro que sí. Un prologuista me escribió una vez: “La vida nos es dada vacía y hay que llenarla por cuenta propia. Narosky la llenó de pájaros”.










Relevamiento en la Reserva


El relevamiento de la semana pasada fue el primero del año en la Reserva Costanera Sur, y el segundo en menos de seis meses. En el anterior, realizado en octubre, los birders detectaron “103 especies en un día”, cuenta María José, traductora de inglés y coordinadora del Club de Observadores de la zona (www.coarecs.blogspot.com.ar). ¿Qué es un relevamiento? Una salida coordinada en la cual a cada grupo de voluntarios se asigna un sector para recorrer, ver, anotar y fotografiar. Esa información, luego, es sistematizada y compartida con otros clubes y con las entidades que la requieran.
Los birders organizan los relevamientos a sabiendas de que, como pasó cada vez que un espacio público rico en biodiversidad corrió peligro, su granito de lo que se llama “ciencia ciudadana” aporta. Además de “tener una visión global de todo lo que puede observarse en un día”, el relevamiento de estos aficionados –todos voluntarios– es “también una forma de mostrar a legisladores, autoridades, turistas, la importancia y excelencia de la Reserva Costanera Sur en términos de biodiversidad”, explicaba la convocatoria. De hecho, si se estima en 298 a las especies que habitan ese territorio a la vera del Río de la Plata es gracias al relevamiento que los birders hicieron en 2006.
En Buenos Aires, además del de la Reserva, existen cinco clubes de observadores: el de Palermo (COAPalermo, en Facebook), el de Agronomía (www.coacabure2.blogspot.com.ar), el de Saavedra (www.coataguato.blogspot.com.ar), el de Caballito y el de Parque Avellaneda.

COMENTARIOS DE MANLIO LANDOLFI

1- Referente a Tito Narosky indican que fue el primer autor de una guía local sobre aves.
   La primer guía la realizó Christian Orlog en 1959. naturalista sueco que en 1946 vino a la Argentina en una misión científica
   y  se quedó a vivir en nuestro país. Trabajó en la Universidad de Tucumán en la Fundación Miguel Lillo y colaboró con Aves  
  Argentinas  Fue uno  de los maestros de Tito Narosky.
2- Sobre las 298 especies de aves que pueden observarse en la RECS no es realmente el resultado de un relevamiento realizado
    en el 2006, si lo tomamos como el realizado en el 2012-2013.
    Para mi fue el resultado de un proceso que llevó su tiempo.
   El espacio fue declarado por la Legislatura, Reserva  en 1986, gracias a la presencia, observaciones y trabajos de difusión que
  realizaron anteriormente, Aves Argentinas, Vida Silvestre y Amigos de la Tierra.
  La primera Lista de Aves de la RECS  fue publicada en 1994 por Marcos Babarskas y Diego Zelaya que comprendía 257 sp.
  Marcos fue un gran naturalista y observador de aves que lamentablemente falleció muy joven. Tuve el gusto de compartir con el
  algunas salidas y realmente fue una gran perdida, como naturalista y como persona.
  La lista publicada en el 2006 que hoy utilizamos fue una actualización de esa primer Lista, que compiló Germán Pugnali y Pablo
 Chamorro, aportando observaciones propias y consultando con otros observadores.

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